Modernos en la calle,
tradicionales en casa

El origen de la desigualdad de género: del hogar a la esfera pública

La desigualdad de género se materializa y refleja en numerosos ámbitos, como la educación o el empleo. Aunque en muchos países desde hace años sean las mujeres quienes cursan estudios superiores en mayor medida, ellas se suelen decantar menos por los itinerarios educativos vinculados a profesiones de mayores salarios. Por otro lado, sus salario medio es menor, debiéndose esto no solo al hecho de que se ocupan en mayor medida en ocupaciones que generan menos ingresos (esto es, a la existencia de segregación ocupacional), sino también a que ganan menos incluso cuando comparamos a hombres y mujeres en unas mismas ocupaciones (es decir, que existe discriminación por razón de género también). 

Sin embargo, aunque la desigualdad entre hombres y mujeres se institucionalice y haga luego más visible en la esfera pública, las raíces de la misma se forjan primero dentro de las fronteras del hogar. ¿Cuáles son las expectativas que ponemos sobre niños y niñas? ¿Qué roles les asignamos desde pequeños? ¿De quienes se espera en mayor medida que prioricen su autonomía y su vida laboral frente a la vida familiar y el cuidado de la gente cercana? ¿De quienes se espera que jueguen, ocupen el espacio público y compitan (desde los partidos en el patio del colegio, que ocupan la mayor parte del terreno lúdico) y a quienes asociamos con más frecuencia con labores cooperativas y de cuidados? ¿A quién damos por supuesto se le deben dar mejor las ciencias o las letras? Cada una de estas pequeñas y grandes decisiones y otras tantas, que son continuas, múltiples y acumulativas, va sedimentando y, como no podría ser de otra manera, terminan afectando ampliamente a los intereses, las actitudes y las decisiones que toman hombres y mujeres a lo largo del ciclo vital. Por esta razón, los comportamientos que terminamos desarrollando hombres y mujeres no están predefinidos, sino que son aprendidos y están delimitados por la forma como socializamos y la cultura. Son producto de la forma como nos organizamos (y, por ende, de la política) y, como tales, susceptibles de ser corregidos. Y aunque la educación formal y la socialización entre iguales importa mucho también, lo que ocurre desde bien temprano dentro de las fronteras del hogar es determinante. 

En este contexto, la partida por la igualdad de género no debe ubicarse solo en la batalla entre quienes muestran actitudes favorables a la causa y la minoría que no. De ser así, entonces el problema tendría una solución viable o más o menos próxima. El problema es que incluso entre quienes exponen públicamente actitudes favorables a la igualdad, muchos siguen desarrollando en casa prácticas muy distantes de ese ideal

Hogares modernos y hogares tradicionales: todos desiguales

Así, por ejemplo, las parejas heterosexuales que llevan a cabo un reparto realmente equilibrado de tareas y cuidados en el hogar (y digo realmente equilibrado, no las que celebran que el hombre ayuda o loan la figura de la supermamá, sugiriendo así, de una forma más o menos amable, bienintencionada y velada que el grueso de las tareas, por defecto, les debe corresponder fundamentalmente a ellas) siguen siendo una rareza hoy en día

Mucha gente, incluso entre quienes se abonan a la retórica de la igualdad y la modernidad, esconden tras ella arreglos más tradicionales: el mito de la pareja igualitaria proyecta una imagen deseada por muchos/as y oculta un tipo de subordinación femenina que cuesta tolerar en pleno siglo XXI. La igualdad llega mucho antes a la esfera pública que a la privada, como muestran en Esto no es Suecia, serie de producción pública en la que se desarrolla una comedia dramática adictiva y desternillante, centrada en los enredos y contradicciones que surgen en el seno de la pareja tras la llegada de niños al hogar. Y ojo, que todo eso ocurre en el terreno de la modernidad. Todavía tenemos que lidiar también con quienes directamente carecen de simpatía alguna a la causa de la igualdad, más propicios a recurrir a la falacia naturalista y al esencialismo de género (ellas están mejor preparadas o predestinadas para llevar a cabo esa clase de tareas) para justificar estos desequilibrios y negar lo obvio: que muchos se sienten aún con derecho al trabajo de la mitad de la población. 

¿Por qué sigue ocurriendo esto? No es la biología, estúpido

¿Por qué unos marcados desequilibrios en el reparto de tareas y cuidados siguen siendo la norma?¿Por qué sigue ocurriendo esto, fuente inagotable de insatisfacción y conflictos en el seno de la pareja (las parejas no igualitarias tienen mejores índices de satisfacción y mayores tasas de divorcio, ha demostrado la investigación)? La división del trabajo desigual por razón de género no tiene bases biológicas, sino culturales e ideológicas. Se trata, fundamentalmente, de los esfuerzos por preservar una jerarquía de poder y unos privilegios históricos que colocan a las mujeres en una posición subordinada: con menos autonomía personal, menores salarios, menos representación en el espacio público y en puestos de responsabilidad, y que las ofrece en contrapartida... una mayor dedicación a las tareas menos valoradas: las relacionadas con el cuidado del hogar y los familiares. 

Con el fin de perpetuar el orden social vigente, existen pocas estrategias tan viejas y manidas como el determinismo biológico, recurrido siempre para legitimar el ejercicio de poder y los privilegios: sirvió para impedir el sufragio femenino, para limitar el acceso a la educación por parte de ellas, o para justificar la esclavitud y la segregación, entre otras muchas cosas a lo largo de la historia. Cosas que ahora la mayoría damos por sentadas (que las mujeres pueden y deben votar, estudiar y que no haya esclavos), y que en su momento también se negaron por parte de muchos/as aludiendo a un orden natural de las cosas. Un orden que luego se desvaneció, demostrando de ese modo que de natural tenía más bien poco. Pues bien, ni era natural que las mujeres permanecieran al margen de la educación o de la política, ni es cierto que ellas sean por defecto más detallistas y atentas, cooperativas o estén mejor preparadas para cuidar. Si acaso lo que ocurre es que hemos puesto todo el empeño, a través de la socialización y la cultura, para que sean ellas quienes se identifiquen con esos roles y aprenden a hacer todo eso bien. 

A pesar de lo evidente, siendo esta una estrategia que se ha demostrado fallida de forma sistemática a lo largo de la historia, la misma se repite una y otra vez. Ahora son otros quienes vuelven a tomar el testigo y a usar el mismo argumento a la hora de referirse a las normas y roles de género vigentes, como si respondieran a un orden pre-establecido e inherente a la condición humana. ¿Cómo es posible que lo natural cambie tanto, que sea una cosa y luego otra bien distinta? El argumento es insostenible en sus propios términos y contradicciones. A pesar de todo, esto ocurre, simple y llanamente, porque lo que se trata de naturalizar no es más que el statu quo en cada momento. El determinismo biológico es el arma predilecta de los privilegiados (luchando por mantener sus cotas de poder), a quienes la historia volverá a sacar los colores de nuevo, como ha ocurrido siempre. 

Las consecuencias: menos justicia y menos bienestar para todos

Que el grueso de los cuidados y de las tareas en el hogar siga recayendo fundamentalmente sobre la misma mitad de la población es un problema primero ético, por lo injusto de la situación, pero también práctico: se ha demostrado que afecta negativamente a la satisfacción y el bienestar de ambos miembros de la pareja (no solo a las mujeres), que afecta negativamente y en último término incluso a los niveles de fecundidad (cada vez menos mujeres están dispuestas a mantener relaciones y crear hogares nuevos con adultos no funcionales), y además provoca una distribución ineficiente de las habilidades y el capital humano, haciendo que se desaproveche el potencial de las personas que, debido a la existencia de estos desequilibrios, encuentran más trabas en su carrera y a la hora de perseguir sus aspiraciones. 

Por tanto, la desigualdad en el reparto de tareas y cuidados es un problema moral y con nefastas consecuencias sociales y económicas. Así, aunque cuestionar las normas sociales vigentes y romper con unas inercias culturales que llevan siglos sedimentando no se antoja una empresa nada fácil, se trata de una causa que reportaría un amplio bienestar y por la que merece la pena luchar. 

Toda la rabia

Las reflexiones previas están ampliamente inspiradas en la lectura de 'Toda la rabia: madres, padres y el mito de la crianza paritaria', de Darcy Lockman, reeditado recientemente por Capitán Swing. Un buen dedo en la llaga que cuenta con toneladas de evidencia para respaldar muchos de sus argumentos, y que no he podido dejar de subrayar, tachar, anotar y doblar. Aun así, a pesar de la fuerza de las ideas y las tesis que plantea, debemos tener en cuenta que casi nadie renuncia voluntariamente a sus privilegios. Por esa razón, a pesar de lo interesante y sólido que resulta, este libro no interesará (e incluso generará rechazo) a muchos. A otras les puede resultar de algún modo inconveniente: subvertir el orden de las cosas y no cumplir con las normas sociales y las expectativas que depositan sobre nosotros/as tiene unos costes asociados. Es, desde luego, más incómodo que aceptar las cosas tal y como nos vienen dadas y tratar de buscar acomodo en la realidad tal y como está dibujada, por mucho que diste de nuestros ideales originales. 

Se trata, por tanto, de una falta de interés o incluso un rechazo, los que pueden generar este libro, que no hacen más que confirmar algunas de las tesis que reflejaba antes y expone la autora a lo largo del texto. En una serie de escritos que generan aversión o falta de interés por poner sobre la mesa verdades y realidades que, todavía hoy, resultan incómodas a muchos. Pero no hay malestar o incomodidad que haga sombra a la relevancia de las cuestiones que aquí se discuten. Lean "Toda la Rabia" si pueden porque está realmente bien, pero sobre todo paren un momento a reflexionar sobre cuáles son los arreglos que rigen el funcionamiento de vuestro hogar, y sobre cómo nos comportamos en el ámbito privado y de puertas para adentro. Porque una casa moderna y civilizada solo puede ser aquella en la que nadie debe su tiempo ni trabajo a nadie.