La escuela de
Julio Carabaña

A Julio lo conocí cuando daba mis primeros pasos torpes en esto de la investigación. Por aquel entonces, mi tremenda inseguridad chocaba frontalmente con su confianza, sus amplios conocimientos y la severidad en la crítica, tan vehemente como constructiva. Era como si estuviéramos en planos diferentes y que no llegarían a tocarse nunca. No importaba el tiempo que pudiera transcurrir desde entonces: la aproximación a su figura iba a ser siempre desde la admiración. Pero esa severidad y esa altura chocaban también con el humor y la amabilidad de las que hacía gala sobre todo en las distancias cortas, lo que terminaba añadiendo el cariño a la ecuación. 

Era un ejemplo de figura carismática. Un maestro de oficio, de que tanto se han beneficiado los estudiosos y las estudiosas de la movilidad social, la pobreza y la educación en España. Tuve la suerte de trabajar cerca suyo varios años, en los que aproveché para mirar de reojo en numerosas ocasiones a ver si se me llegaba a pegar algo. Aunque no fuera mi supervisor, en varias ocasiones, mientras que hacía frente a bloqueos varios al escribir la tesis, no dudó en tenderme su mano. Aparecía por tu despacho y se encerraba el tiempo que hiciera falta hasta dar con el problema. Y no te echaba un cable solo desde la distancia y con consejos genéricos, sino picando piedra (o datos) y en las tareas más rutinarias, sin levantar la vista del ordenador hasta ver qué ocurría ahí. Tarde o temprano te dabas cuenta que su fachada y su carácter un tanto provocador y de polemista nato eran la antesala de una vocación de maestro, de servicio y ayuda desinteresadas. 

Una de las últimas veces que hablé con él fue cuando me regalaron un libro de fotografía y, sin saberlo, aparecía en dos retratos. Así, mientras lo ojeaba una tarde en casa, me encontré con un primer plano suyo, en ropa deportiva y montado en una Conor azul metálico, con los campos de Castilla (la Nueva, donde nacimos ambos) de fondo delimitando un marco costumbrista. El Julio Carabaña de los despachos de la Complutense, los congresos, las reuniones y los seminarios de la Facultad de Educación, montado en una bicicleta recorriendo unas tierras que, desde hacía tiempo, había vuelto a cultivar. Porque esa era otra de sus pasiones: levantar la vista de los papeles y el ordenador de vez en cuando y escaparse a trabajar y ejercer el paisaje manchego. Tan grata la sorpresa que no dudé en escribirle para que me contara orgulloso las razones detrás de semejante descubrimiento. Sabías algo de Julio y te alegrabas. En ocasiones así y siempre.

Ayer fue la primera vez que supe algo de Julio y no me alegré. Pronto, porque parecía incombustible, pero nos deja un legado y un ejemplo tremendos. Estudiaba la escuela y creó escuela. Qué alegría haber marchado cerca suyo parte de este camino.

______________________


Pd - Las fotos a las que hago referencia, de Juan Valbuena, se pueden ver aquí